Sin mucho ruido
Truss derrotada, Sunak vencedor
Disciplinarse para hacer lo que sabe que es correcto e importante, aunque es difícil, es el camino hacia el orgullo, la autoestima y la satisfacción personal.
Margaret Thatcher (1925 – 2013) Primera ministra británica.
Liz Truss salió rápidamente del domicilio ubicado en el número 10 de Downing Street, no tuvo más remedio que dimitir como líder de su partido, su tiempo como primera ministra duró tal vez menos que la campaña por el liderazgo que la llevó hasta allí.
Cuando Boris Johnson renunció se tuvo la sensación de que llegaría la hora de la estabilidad, se requería la competencia y los beneficios de un político que pudiera estabilizar el barco del Estado. Truss demostró todo, menos estabilidad. Ha dado la impresión, de que el mandato de Johnson fue lento y aburrido comparado con el suyo.
Truss comenzó como primera ministra en septiembre, proponiendo una agenda radical que, según ella, estaba diseñada para impulsar el crecimiento económico. Pero tuvo que retractarse de esos planes casi inmediatamente después de que ocurriera todo lo contrario. Sus propuestas desencadenaron un colapso económico inmediato del que no se recuperó.
La brevedad de su mandato hace que sea relativamente fácil resumir en qué se equivocó. Sugiero que hubo cinco elementos clave en su ascenso y caída.
Truss practicó una mala política desde el principio de su mandato. Se negó a nombrar a nadie en el gobierno que no hubiera apoyado su campaña, lo que la dejó con una reserva limitada de talento. Su postura de “conmigo o contra mí” (y a los enemigos ni agua) le otorgó fama de revanchista. No fue un buen comienzo. Había una evidente falta de talento en su gabinete y, tras menos de dos meses en el cargo, Truss tuvo que cesar a su ministro de Economía y a su ministra del Interior, los dos puestos más altos del gobierno por debajo del primer ministro.
Pero las grietas habían surgido incluso antes de que Truss asumiera el cargo, como resultado directo de la forma en que el Partido Conservador elige a sus líderes. Truss llegó a la ronda final de la contienda más por descarte que por otra cosa y no contó con el apoyo entusiasta de su grupo parlamentario. Para conseguir el liderazgo, se vendió a los miembros de su partido ofreciéndoles políticas fiscales adaptadas a sus necesidades, en lugar de reflejar las necesidades o prioridades del país en general.
Adoptó un incómodo perfil thatcheriano y una estrategia de sanguinaria en términos políticos. El efecto general fue el de una nueva primera ministra que estaba desalineada tanto con el público como con sus correligionarios.
El desfase quedó claro desde el momento en que se anunció el cercenado presupuesto de Truss. Eliminar las barreras a los bonos de los banqueros y reducir los impuestos a las empresas nunca iba a ser bien recibido en plena crisis del coste de la vida. Su análisis era absolutamente erróneo, como lo sabe cualquier estudiante de primer año de ciencia política.
La política no deja de ser un asunto de personas. Hay que saber comunicar, conectar y empatizar. La inteligencia más relevante para un primer ministro no es la intelectual (tiene expertos) o la financiera (cuenta con asesores), sino la emocional. Truss nunca mostró ser capaz de conectar o de relajarse. Las respuestas a las entrevistas eran siempre demasiado mecánicas, el lenguaje corporal demasiado acartonado.
Lo que sucedió con Truss revela algo es cierto peligro de la constitución británica. Sigue siendo una constitución que concentra el poder y en la que un número increíblemente pequeño de personas puede tomar decisiones muy relevantes con muy poco control o ninguno. Su desprecio por la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria es un ejemplo de ello.
¿Cuál sería el epitafio adecuado para los aciagos y breves días de Truss? ¿Lo suecedido es síntoma de un problema mucho mayor? ¿Es fácil echar la culpa a Truss? Se ha puesto de manifiesto que la política británica carece de visión a futuro, objetivos e imaginación.
En un contexto post-Brexit, llenar este vacío tiene que ser la principal preocupación de quienquiera que decida aceptar las llaves del número 10 de Downing Street.
El partido se ha decantado por una figura innovadora, un británico conservador de pura cepa, pero con ascendencia india.
En Downing Street, Rishi Sunak, tan solo con su llegada, ya hizo historia: se convertirá en el primer ministro del Reino Unido más joven en más de doscientos años, el primero perteneciente a una minoría étnica y el primer hindú en ocupar el cargo. Recordemos que la política es historia líquida, la historia es política que se solidificó. Hace apenas siete semanas esto parecía casi imposible.
Hace poco, el exministro de Economía hizo una apuesta de alto riesgo: lanzó un ataque que ayudó a acabar con Boris Johnson y se postuló como su sustituto. Sin embargo, perdió ante Liz Truss, admitió su derrota y se retiró al Parlamento.
Podría haber sido el final de su historia, pero no lo fue. En una una señal de lo imprevisible que se ha vuelto la política británica, Sunak regresó triunfante para reemplazar a Truss, cuyo liderazgo implosionó la semana pasada.
Sunak fue el único aspirante al liderazgo que consiguió el apoyo de más de 100 parlamentarios conservadores, el umbral establecido por los responsables del partido para los posibles candidatos, y ahora se convertirá primera persona británico-asiática en llegar a primer ministro y, con 42 años, también en el más joven en ocupar el cargo en más de 200 años.
El reto es gigantesco. Las posibilidades son sumamente interesantes, lo que sí nos queda claro, es que los conservadores tienen muy claro que solamente Juntos, Logramos Generar: Propuestas y Soluciones. ¿Están corriendo un riesgo? No lo creo. Están apostando por el futuro.
JLG