Corrupción neoliberal
Regresa el Gran Velero
A mi hijo Enrique Ugarte Dornbierer, en su cumpleaños.
Después de un extraño episodio personificado por el que fue presidente de México de 1976 a 1982, José López Portillo (1920-2004) y el que fuera gobernador de Guerrero en el momento, Rubén Figueroa Figueroa (1908-1991), la gente de Acapulco vio llegar maravillada a la Base Naval de Icacos al gran velero Escuela “Cuauhtémoc”, proveniente de Bilbao, de un astillero español de nombre “Celaya”.
El presidente y el gobernador habían decidido anteriormente nada menos que vender esa importante Base Naval de Icacos a los japoneses para que además de saquear la pesca de nuestras costas en aguas territoriales pudieran reposar dentro de la Bahía en un hotel formidable y por supuesto exclusivo. Desesperado, el Almirante Alfonso Argudín (1920-2011), a la sazón jefe de la Base, se amparó de semejante desaguisado en la prensa. ¡Debo decir con orgullo que el primer artículo para evitarlo fue uno mío en la revista Siempre! que se llamó “Se vende una Base Naval”, lo que en aquel momento era impensable (a diferencia de la abyecta entrega pianista actual). Recibí por ese escrito en 1981 el premio Antonio Fernández de Lizardi del Club de Periodistas de México, de manos de Antonio Sáenz de Miera, al que el presidente López Mateos le prestó el edificio colonial de Filomeno Mata 8, en el Centro de Ciudad de México, hasta la fecha sede de dicho club.
El velero “Cuauhtémoc” fue querido y admirado en mi familia (oriunda de Ciudad de México, pero muy afecta a Acapulco donde pasábamos las vacaciones escolares en casas rentadas hasta tener la propia). Tuvimos una gran amistad con los marinos y la Base Naval nos abrió sus puertas e igual sucedió con el Gran Velero al que, decía, el presidente López Portillo decidió enviar a Acapulco, quizás arrepentido por la locura que había querido perpetrar. Gracias a la entrañable amistad que se creó con el almirante Agustín Flores y su esposa, desayunábamos mis hijos y yo con ellos los sábados a borde del hermoso velero. En el cuarto libro de mi serie Mapamundi (Libros del Sol 2015), “Such is Life in the Tropics”, Vida en Acapulco, relaté la historia del Barco Escuela y sus viajes por todos los mares en detalle, así como sus triunfos náuticos por el mundo, con tal precisión que les pareció a algunos lectores una lata el capítulo del “Cuauhtémoc”, pero quise plasmar su historia tal cual. En una reimpresión actualizada, completo el relato con los viajes de 2016 y de 2017.
Pero ahí me detendré, con el doloroso colofón de la desaparición en junio de 2017 de Eva Lidia Nava Guzmán en el océano Índico, una cadete acapulqueña de 21 años, que tenía la ilusión en su cuarto y final año de entrenamiento, de llegar a “Capitana” del “Cuauhtémoc”. Del 6 de febrero cuando zarpó el barco de Acapulco al 21 de noviembre, el martes pasado, cuando regresó, el mundo cambió.
Para ella terminó el 11 de junio de 2017. El capitán del “Cuauhtémoc”, Rafael Antonio Lagunes Arteaga que llevó el navío a 12 países y 15 puertos en Centroamérica, Europa y Asia. Hubo 17 mujeres y 217 varones, debe ampliar sus explicaciones. Viajaron oficiales del Ejército, Fuerza Aérea y Marina Mercante nacionales, así como cadetes de las Fuerzas Armadas de países como Argentina, Brasil, Guatemala, Italia y Perú. El crucero se incluyó dentro de las celebraciones de los 100 años de la Constitución Política Mexicana y celebró de paso sus 35 años de Buque Escuela.
Algún misógino que redactó el informe de la desaparición de Eva Lidia en el mar habló de “falta de pericia” ya que otros cadetes perdieron también el equilibrio y contrarrestaron el momento. Aceptando que la fuerza de una chica de 21 años puede ser menor a la de un varón —no la pericia— lo que hay que preguntarse es cuál era la protección corporal que podría tener cualquier cadete ante la posibilidad de caer del barco. Y en este tenor se ha hablado con oscuridad de un reglamento por lo visto equivocado y obsoleto a bordo en lo referente a dicha protección corporal indispensable que por lo visto en el episodio fatal no tenía Eva Lidia.
Así se relató el accidente en la prensa, el martes 13 de junio de 2017: “En 35 años de navegar, el Buque Escuela Cuauhtémoc no había sufrido un accidente de esta magnitud. El pasado domingo la cadete de cuarto año de la Heroica Escuela Naval, Eva Lidia N, cayó de la embarcación cuando participaba en una maniobra de velas en aguas internacionales cerca de Mumbai, India. De inmediato se emitió la voz de alerta y el propio embajador de los mares inició la búsqueda de la cadete, a la que se unió la Armada de India con aeronaves y buques de guerra. El almirante secretario de Marina, Vidal Francisco Soberón Sanz, señaló en su cuenta de Twitter: brindamos apoyo incondicional a la familia de la cadete y agotaremos todos los recursos hasta encontrarla”.
Se requiere una investigación
En otros años, cuando iba y venía el Gran Velero Cuauhtémoc de Acapulco, la despedida y la recepción eran tranquilas cuando no indiferentes. Esta vez su regreso el martes 21 de este mes de noviembre 2017, se destacó como nunca y la prensa local ha repetido la imagen del Buque Escuela a diario. Es cierto que hoy la Semar o Secretaría de Marina bajo la autoridad de Enrique Peña Nieto tiene más poder que nunca. Están bajo su mando las playas de México y, tierra adentro, interviene en grandes acciones policiacas. Todo su pretexto de “narcos”. Pero ¿es intocable e incuestionable?
El velero no hizo ningún gran descubrimiento ni ganó ninguna batalla durante su viaje 2017. Lo que lo distingue esta vez de los demás viajes es algo contrario: un accidente que le costó la vida a una cadete acapulqueña de 21 años. El hashtag de su familia dice así: #queremos la verdad, familiares y amigos de Eva Lidia Nava. LO SUSCRIBO. Y repudio la estrategia que está siguiendo Semar respecto al doloroso tema. Tiene que investigarse el porqué de la carencia de protección corporal en la cubierta del “Cuauhtémoc” de la que se habló en su propio sitio de Internet en un principio. El tema desapareció después.
En una foto reciente “de cadetes en cubierta” se les ve demasiado ostensiblemente protegidos por chalecos salvavidas, que, según el escrito aparecido en Internet y luego desaparecido, que consigné en la primera impresión de mi libro, en 2015, los cadetes no debían usar protección en cubierta pues “podían atorarse” en las maniobras. Una segunda reimpresión con cinco capítulos más y el cuarto capítulo corregido, precisamente por los hechos descritos y otros, estará pronto a disposición en los sitios digitales de Editorial INK.