Perspectivas cinéfilas
Paseo por La República
Comprender con el corazón y no con la fría razón conlleva al drama que supone la existencia, porque la piel se roza, se hiere y las palabras dejan de ser fonemas para convertirse en dagas, en bálsamo o en perfume.
Una imagen vívida se acuna entre las manos que tambaleantes sujetan el libro, ya en el umbral del sueño.
Saltan, sin salir de sus páginas, escenarios truncos completados solamente por la imaginación que dialoga entre el escritor y el somnoliento lector.
Glaucón derrama, con 1500 años de historia, una sentencia que solamente el lector recibe como un zarpazo revelador. Pero sus ojos están por cerrarse.
El lector está en su cama. Tiene cama, tiene luz, tiene gafas y tiene un libro que evoca la fragilidad de aquellos que no tienen cama, no tienen luz y no tienen gafas.
Glaucón discute con Sócrates y en esa discusión, pareciera ser un habitante del presente: consejero desconocido de los que arrebatan la memoria, se alimentan de la ceguera de los demás, y reciben, sin embargo, la alabanza de los ciegos que han cambiado sus ojos por un trozo de pan.
Glaucón, es capaz de seducir a Sócrates con el embeleso de su discurso. Cuesta trabajo al sabio de Atenas escabullirse de las mieles que con paradójica honestidad aseguran: “No es necesario ser justo, sino parecerlo”. “La injusticia es, así oculta tras la apariencia de bondad, el camino que permite el control de los pueblos”.
El lector baja sus ojos para encontrar el contra ataque y la respuesta lapidaria de Sócrates, pero la noche es ya avanzada, cierra sus ojos y en el corazón se acurruca esa terrible sentencia como verdad lacerante.
Solo queda esperar el amanecer.
El autor de esta columna de poesía es doctor en derechos humanos y ética profesional por la Cátedra UNESCO en Bilbao, España; y profesor de Filosofía de la comunicación y Ética profesional.