
Teléfono rojo
Agustín
Cargado de soledad, camina en el laberinto de su existencia. La salida no se mira desde ninguna parte. Sus huellas son espirales burlonas. No hay más alimento que la tentación: la tentación de claudicar.
“No nos dejes caer en la tentación”
La libertad juega al escondite mientras copula con la esclavitud. Se ofrece desde el encierro. Es llamado, voz que clama en el desierto. Mientras el cuerpo cumple la encomienda irrenunciable de someter al espíritu.
“No he venido a traer la paz, sino la guerra”.
Así, cargado de soledad y acechado por los dogmas – soldados leales de aquellos para quienes el Misterio es amenaza- Agustín mira al cielo y sabe que no es en el cielo donde Dios habita.
Agobiado en la estrechez delo que los demás llaman mundo, y exhalando los aires de lo que los demás llaman vida, su alma flota en la disyuntiva: creer o renunciar.
El mundo está lleno de agustines que vuelven su mirada al cielo y sus ruegos se precipitan al vacío.
El vacío… acidia y náusea en donde germina el odio y la indiferencia. Vacío que no llenan las leyes ni los dogmas. Donde el castigo y la aniquilación dejan de ser amenaza; donde el rostro del otro no es más que una masa informe sin historia que importe.
Vacío que la demagogia, el engaño y el egoísmo se encargan de alimentar. Lugar donde habitan los corazones de una humanidad que no sabe mirar los ojos de su hermano, porque en ellos asoma la súplica y no tenemos oídos para escucharla.
¿Quién puede habitar en un mundo lleno de vacío?
Agustín, en la noche oscura de sus cavilaciones, se hizo,mil 600 años atrás, la misma pregunta que hoy late en una generación ufana de su progreso.
Dios no está en el cielo, descubre Agustín, agobiado en su laberinto. Dios no es respuesta, es pregunta interior que tiene su reino en el corazón de cada uno. Por eso la súplica que se gesta fuera de uno mismo, se disuelve en el vacío. Y la oquedad de algunos corazones es el adecuado espacio para cultivar la muerte, la desesperanza.
En tanto, la corrección política impide hablar del espíritu y, no se diga de la oración y de la virtud. Se dictan leyes y decretos desencarnados. Y sin encarnación, el cuerpo pierde el alma para claudicar ante las mieles de lo inmediato.Nos volvemos ciegos y sordos para la tragedia, y estamos alerta para consumir y consumirnos.
¿Qué tiene, entonces, de extraño que la sangre joven sea la que tiñe el suelo que pisamos y que sea la juventud el lugar donde se anida el resentimiento y la desesperanza? Si no hay más cielo que las sensaciones, el poder y el dinero, ¿Qué argumento derrota al sinsentido dequien nació entre mentiras, maltrato, violaciones y hambre? Y si no nació ahí, de cualquier manera, comparte el escenario en el teatro de la existencia.
Agustín- No mires al cielo; ahí no está Dios.
En el interior de cada ser humano hay un llamado. No le llames “Dios”, si te causa conflicto. Llámale trascendencia, sentido.
Pero es necesario abrir la puerta y dejar que habite en el silencio.
Se dice: la única manera de salir de este mundo es ir al interior.
No mires al cielo; ahí no está Dios.