El fin del INE o la reforma que se asoma
Presos políticos, libertad
Las movilizaciones han sido un recurso de la lucha social. Las sociedades humanas han cambiado y con ello también las formas de dominación, por lo tanto los recursos de lucha también deben hacerlo.
Al inicio la lucha fue por el reconocimiento de los derechos elementales y por la auténtica representación en los poderes. Entonces se vivió un autoritarismo vertical, los medios de comunicación estaban cerrados a la demanda social y hubo que ganar la calle para entrar en con tacto con la ciudadanía y para demostrar fuerza. Tantas veces se sitió rebasado el gobierno, se argumentó la recuperación del orden y la paz pública.
Con el paso del tiempo, si bien las demandas se fueron diversificando también lo hizo el repertorio de la movilización; el Gobierno siguió respondiendo de la misma forma, argumentando la búsqueda del orden por medio de la represión y justificando los actos de violencia como una respuesta a la multiplicación de muestras de inconformidad y el desbordamiento social.
Ejemplos podemos dar muchos, pero creo que sólo es necesario mencionar que durante la historia de nuestro país no ha existido ninguna manifestación ciudadana de importancia que no haya terminado con al menos un muerto.
Los movimientos sociales a lo largo de nuestra historia se han constituido como actores fundamentales en la lucha por el cambio y la ampliación de derechos. Y es así: los verdaderos cambios o adelantos sociales no han sido, en su mayoría, producto de la buena fe del Gobierno o de nuestra elite, sino que han estado alentados por grupos de personas que han arriesgado su vida luchando por lo que consideran justo.
Frente a esta situación, parece injusto –por una parte– que la atención de las demandas ciudadanas se centre en unos cuantos encapuchados que no hacen más que perjudicar la consecución del objeto y, por otra, que la respuesta continua del Gobierno sea la represión en base al restablecimiento del orden afectado por el vandalismo.
No existe una fórmula mágica para terminar con este círculo de violencia, donde unos reprimen, otros atacan, por lo que los unos más reprimen y los otros más atacan. Pero sí podríamos abogar porque en el ideario colectivo prevalezca lo noble de nuestras causas, porque se sepa que aquellos que ya no están, murieron por la consecución de sus ideales, y esos ideales son más poderosos que la acción de un par de individuos que ni siquiera son capaces de dar la cara.
Una cosa es la revolución, la lucha por las transformaciones sociales y otra cosa es el vandalismo, el autoritarismo bárbaro que se expresa a través del resentimiento social como causa de lucha.
La violencia es la gran partera de la historia pero esto es una expresión filosófica que distingue con claridad entre hacer justicia y recurrir al pillaje, a las formas más viles de apropiación confundiéndole con la justicia.
La revolución es algo profundo que implica cambios en la conducta humana. La revuelta es precisamente eso, una revoltura una reacción irracional.
No todos los presos son políticos ni son abanderados de causas sociales, sino de expresiones muy individualistas en diferentes sentidos. Sus recursos de locha son limitados y no van allá de la destrucción. Hay que distinguir entre la lucha y el lucro social.
No hay que confundir a las preñadas con las paridas diría la abuela.