Ejército siembra el terror en la tierra del mezcal
25 de agosto de 2014
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7:12
Alondra García Lucatero/Quadratín
COYUCA DE CATALÁN, Gro., 25 de agosto de 2014.- En la sierra de Zihuaquio, Guerrero, el diablo llega enfundado en camuflaje militar, usa rifles de asalto y se mueve en convoy por los caminos de terracería.
Hasta hace unos días, la vida era relativamente próspera y tranquila en las 14 comunidades que integran el ejido, pero con la llegada de los militares a finales de julio de 2014, el paraíso se convirtió en un infierno.
El Ejército trajo consigo las viejas prácticas de abusos, tortura, extorsiones, creación de chivos expiatorios, siembra de armamento y detenciones arbitrarias.
La tranquilidad se rompió, las 72 vinatas de este ejido ubicado en la región Tierra Caliente se paralizaron, las familias abandonaron sus hogares durante ocho días, una veintena de hombres huyeron y seis mil pobladores analizan la posibilidad de desplazarse a otros municipios, para escapar de los abusos del Ejército.
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Desde hace más de 200 años, la siembra de agave para la producción y venta de mezcal se convirtió en el principal modo de subsistencia de las familias de Zihuaquio.
En los cauces empedrados de los ríos corre agua helada, es la tierra de la neblina espesa, de las lluvias constantes, de los cerros reverdecidos y las hojas tiernas, de los campos interminables de maíz.
Es la tierra de las carnitas y el mezcal, donde los cerdos corren libres y el agave crece en cualquier ladera.
Zihuaquio es también la tierra de las gallinas, de los burros, de los cerdos, de las vacas y los chivos que recorren los caminos rurales, la tierra de los perros pastores y de la gente humilde.
Las manos expertas de hombres y mujeres, jóvenes y viejos, transforman el maguey en mezcal, en un un proceso artesanal que mantiene la tradición de generación en generación.
Durante la temporada de lluvias, cuando la producción de mezcal se detiene, se encargan del cultivo de maíz en las vastas hectáreas de tierra húmeda y fértil por las que serpentea el río.
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El domingo 27 de julio de 2014, un grupo del 34 Batallón del Ejército Mexicano, con sede en Ciudad Altamirano, llegó a la comunidad serrana de Lindero.
El pueblo perteneciente al ejido de Zihuaquio, en el municipio de Coyuca de Catalán, cuenta con apenas 30 viviendas y 150 habitantes.
Los militares instalaron su campamento en la plantación de maíz de Cuauhtémoc Fernández, un campesino y productor de mezcal al que no le avisaron ni le pidieron permiso para estar ahí.
Dos días después, el 29 de julio, los militares detuvieron sin orden de aprehensión a Caleb Campos Ramírez, Franco Contreras Romero, Salvador Vejar Salamanca y Sergio Villanueva Gaona, mientras se tomaban un refresco en la única tienda del pueblo.
Benjamín Vejar Barrera, hermano de Salvador Vejar, es dueño de la tienda en la que ocurrió la detención y fue testigo de los hechos.
Temeroso pero con la esperanza de ver libre a su hermano, relató cómo ocurrió la detención: “Ese día estábamos aquí con mi carnal, me pidió un refresco y como a los cinco minutos llegó Franco Contreras en su cuatrimoto, también me pidió un refresco y nos pusimos a platicar. Poquito después llegaron los militares, eran 11 elementos y venían en una camioneta RAM doble cabina. Se estacionaron allá adelantito donde está el árbol, se regresaron y le pidieron a mi hermano los papeles de su camioneta.
“Mi carnal les dijo que él era el dueño y que tenía los papeles en la casa, entonces el capitán del Ejército le preguntó su nombre, lo agarró y se lo llevó a empujones como a 30 metros, le echó gas en los ojos y lo empezó a golpear, después llegó otro elemento, vendaron a mi hermano de los ojos y lo echaron a la camioneta. Luego vinieron por Franco e hicieron lo mismo, eran como las 2 de la tarde, de ahí se los llevaron rumbo a la carretera”.
Benjamín Vejar toma aire antes de continuar, exhala y continúa con el relato: “Como a los 20 minutos llegó el comisario Caleb Campos, junto a Sergio Villanueva. El comisario llegó a tomarse un refresco y para hacer una llamada, porque tengo línea telefónica.
“Un día antes, el Capitán del Ejército le había pedido apoyo para dormir en Zihuaquio, pero Caleb le dijo que iba a un mandado y luego regresaba para ver eso, nomás que se le complicaron las cosas y no regresó. Por eso venía molesto el Capitán, le dijo ‘¡a ti te ocupaba temprano!’, luego le dio un empujón, no le dio ni chance de hablar y lo aventaron al carro, también a Sergio Villanueva”.
Los militares presuntamente se llevaron a los cuatro detenidos a una casa abandonada en El Zapote, donde los amarraron, golpearon y torturaron.
El comisario fue liberado ese mismo día y cinco días después de los hechos, relató lo ocurrido ante los medios de comunicación, con varias heridas y golpes aún visibles en su cuerpo. Contó que los elementos del Ejército los asfixiaban colocándoles bolsas en la cabeza, les introdujeron agua por la nariz y les rociaron el rostro con gas pimienta.
Caleb Campos relató que los militares los golpearon en diferentes partes del cuerpo hasta dejarlos tirados en el piso, semi inconscientes, donde patearon y pisaron sus cabezas. Alrededor de tres horas después, el Capitán le habría dicho: “Tú no te preocupes, a ti no te va a pasar nada”. Para sus compañeros, la amenaza fue mayor: “A ustedes tres, sí se los llevó la chingada”.
El comisario fue liberado, pero Franco, Salvador y Sergio fueron entregados ante la Procuraduría General de la República (PGR), por el delito de portación de armas de uso exclusivo del Ejército. Caleb relató que mientras los tuvieron en el campo, los militares sacaron dos rifles: un AK-47 y un AR-15.
“Nos obligaron a agarrar los rifles y nos tomaron fotos sosteniéndolos, luego dijeron que nos habían agarrado en flagrancia, pero esas armas no eran nuestras. Ya después nos metieron otro AR-15”, comentó el comisario, quien también fue víctima de los soldados.
Las armas pertenecían a dos viudas del pueblo, quienes al testificar admitieron la propiedad e indicaron que se trataba de armas de sus difuntos maridos.
Actualmente, los tres hombres se encuentran recluidos en Chilpancingo, en espera de una sentencia y con la esperanza de que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) intervenga para que se haga justicia.
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Tras la detención de Franco, Salvador y Sergio, la vida se detuvo en el poblado de El Ídolo.
Los habitantes relatan que los militares mantuvieron su presencia en el poblado, golpearon a varios campesinos, extorsionaron a las familias y amenazaron con llevarse a todos los hombres.
“En la semana que los agarraron no había hombres en las casas, ¡ninguno!, todos huyeron porque supuestamente se los iban a llevar a toditos, así que dejaron a las señoras solas. Los militares querían golpear a todos, en el billar pusieron a los hombres a gatas, los patearon, en esa semana era una cosa espantosa, nunca antes había sucedido eso, aquí no sabemos de eso de la inseguridad, nadie nos molesta”, relata Benjamín Vejar.
El tendero de El Ídolo reconoció que en en algunos de los cerros que rodean a la comunidad hay plantíos de amapola.
Explicó: “Sí hay sembradíos alrededor, algunos trabajan en eso, no todos tienen maguey para hacer mezcal y el gobierno sabe que de eso se mantienen algunos, pero aquí en El Ídolo nos dedicamos al maíz y al maguey”. La afirmación del hombre se confirma al observar los interminables campos de maíz y las extensas plantaciones de maguey.
El comisario Caleb Campos Ramirez informó que 20 hombres abandonaron el ejido de Zihuaquio, por temor a los abusos del Ejército.
“Se han portado mal, han robado, han tratado mal a la gente, le han dado golpizas a los hombres. Se han ido 20 personas de Zihuaquio porque los han correteado, los quieren agarrar por delitos que uno ni está enterado. De aquí y Linderos se han ido familias enteras por el miedo”, reprochó el hombre, quien también fue víctima de los militares.
Tras las detenciones arbitrarias y la ola de terror causada por el Ejército, varias madres de familia dejaron de mandar a sus hijos a la escuela, por temor a que fueran detenidos, golpeados o masacrados por los militares.
Las clases, de por sí irregulares, se suspendieron por completo porque los maestros sintieron temor de subir a la sierra. Más de 150 niños de primaria y 60 de secundaria no iniciaron el nuevo ciclo escolar por miedo al Ejército.
Por eso, la exigencia del comisario y de los habitantes es contundente: “¡No queremos al Ejército aquí, queremos que se vayan, no los necesitamos!”
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La Asociación de Productores de Mezcal de la Sierra de Guerrero SPR de RI aglutina a 107 socios de varios ejidos, incluyendo a los mezcaleros de Zihuaquio.
De acuerdo a las cifras presentadas por Rigoberto Acosta González, coordinador del Consejo Regional de la Sierra de Guerrero (Cresig), tan sólo en el ejido de Zihuaquio hay 72 vinatas, en las que se producen 390 mil litros de mezcal por año.
Entre marzo y julio, cada vinata produce de 500 a 750 litros de mezcal, con 53 grados de alcohol. Cada litro de mezcal requiere de ocho kilos de maguey.
Una vez embotellado y con la etiqueta de la marca El Guache, el mezcal se vende a nivel local entre los 200 y los 350 pesos. A nivel nacional, el mezcal El Guache se cotiza en poco más de 600 pesos y en el extranjero hasta en 47 dólares por botella de 750 mililitros.
El 28 de julio, El Guache lanzará una nueva marca a nivel nacional e internacional: Mezcal Blue Demon Jr. Este mismo año lanzarán otras dos marcas más: Máscara Nacional y Tres de Rigor.
La nueva gama del producto ampliará el mercado para los mezcaleros guerrerenses, principalmente para los de Zihuaquio, ejido que produce anualmente el mayor volumen de esta bebida espirituosa.
Cada vinata emplea a un mínimo de nueve trabajadores durante cuatro meses, que cobran un salario de 500 pesos diarios.
Uno de los productores más importantes de Zihuaquio es Franco Contreras Romero, dueño de los ranchos La Nogalera y Las Mesas. Junto a su hijo y su esposa, produce hasta 40 mil litros de mezcal por año y emplea a 12 personas en cada vinata. Franco Contreras Romero es uno de los tres detenidos por el Ejército y este año las vinatas tendrán que trabajar sin su supervisión.
En La Nogalera, su casa, sus botas de trabajo y sus huaraches quedaron abandonados junto a la destiladora. En el lugar se respira el aroma dulce de la miel del agave y el olor del bosque, enmarcados por el sonido suave de un riachuelo de agua helada.
En la vinata Las Mesas te recibe el mugido de las vacas y el balido de los chivos que corren asustados, mientras cuatro perros pastores los mantienen a raya dentro del cerco. Al fondo se ven las montañas, algunas lucen cercanas, otras parece que tocan el cielo y de repente atraviesan las nubes.
El hijo de Franco tiene apenas 21 años, pero nació y creció entre los plantíos de agave; tan sólo con mirar una planta sabe cuándo está lista para cortarse y conoce el momento perfecto para detener la cocción de la miel de maguey.
Cada maguey debe crecer ocho años antes de su corte y en ese tiempo los campesinos desarrollan un lazo especial con cada planta y con la tierra. El proceso de producción de cada lote de mezcal dura 15 días y se hace de forma artesanal.
Franco Contreras produce el volumen más importante de mezcal en Zihuaquio y los pobladores lo califican como un líder nato, un hombre tranquilo que a sus 54 años no tiene ningún vicio y es solidario con la comunidad.
Tras su detención, y la de otros dos mezcaleros, los habitantes se reunieron en asamblea y recabaron 250 firmas de respaldo que entregaron ante la Secretaría de Gobernación (Segob) federal, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) y la Procuraduría General de la República (PGR), como elemento de prueba en la investigación.
María de Jesús Campos Zárate es esposa de Salvador Vejar, otro de los detenidos y torturados por el Ejército.
“Ese día, él nomás almorzó y se fue para El Ídolo, allá lo agarraron y le sembraron armas”, relata la mujer. Tras la casa de madera y lámina galvanizada está la vinata de su marido, principal fuente de ingresos de la familia. Además de la producción de mezcal, su esposo de 47 años se dedica a la siembra de maíz y frijol para el auto consumo.
Madre de seis hijos pequeños, María reconoce la falta que le hace su marido. “Dejó harto maíz y así comemos lo que tenemos ahorita, mientras él puede salir”, cuenta María mientras desliza el dedo índice nerviosamente por el marco de la puerta, intimidada por la visita de los reporteros. Afuera, dos niñas pequeñas y un niño juegan con tierra y corcholatas, ajenos al infierno que vive su madre mientras su padre permanece aislado en un penal.
Dos adolescentes, y una anciana de pelo blanco y largo, observan curiosos a los reporteros que visitaron su hogar. Las gallinas corren alegres por el patio y un gato juega debajo de la destiladora.
En Zihuaquio, los pobladores tratan de recuperar la cotidianidad de sus vidas, pero no olvidan la lucha por liberar a sus compañeros.
El domingo 3 de agosto se sumaron a la Caravana por la Seguridad, la Paz y el Desarrollo Sustentable, convocada por la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero (UPOEG).
Llevaron la queja ante la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos (Coddehum) y posteriormente fue turnada ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH).
El jueves 21 de agosto presentaron ante la Secretaría de Gobernación las denuncias de los abusos cometidos por el Ejército Mexicano en la sierra.
Mientras el proceso sigue su curso, los campesinos vislumbran una temporada difícil para la producción de mezcal, que comenzará en noviembre.
Con el principal productor detenido, y con tres destacamentos del Ejército merodeando en el pueblo y causando terror, sólo piden una cosa, que el comisario Caleb Campos Ramírez resumió en una frase: “Si el gobierno no nos ayuda, entonces que no nos chingue”.