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MÉXICO,DF, 20 de enero de 2015.- Un profesor de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación de Guerrero (CETEG) que sobrevivió al segundo ataque que sufrieron los normalistas de Ayotzinapa los días 26 y 27 de septiembre del año pasado, relata que ese día los militares entraron a una clínica privada a donde acudieron algunos normalistas a refugiarse, y ordenaron a los muchachos, a gritos, que bajaran, y los concentraron a todos, sin dejar de encañonarlos, en una suerte de recepción cerca de la entrada.
Según lo publicado por La Jornada, el testimonio del maestro difiere del que hace unos días pronunció el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, quien en el programa radiofónico Atando cabos dijo que en el expediente del caso figuran las declaraciones de 26 elementos del 27 batallón de infantería, quienes acudieron al llamado de personal de la clínica, ‘‘porque refieren que hay personas armadas’’.
El titular de la SG explicó: ‘‘Cuando llega el Ejército a este lugar –y hay fotos, yo las vi–, debe haber unos 20 jóvenes en cuclillas, sentados en el piso, o un poco más. Entonces revisan el sanatorio. Y esto dicho por el propio director de la clínica. Entonces, ellos preguntan a los jóvenes en qué les ayudan, qué necesitan, y los jóvenes les dicen que se vayan, que no los requieren”.
Osorio Chong también aseguró que la ‘‘mayor de las acusaciones’’ que los jóvenes hicieron contra los militares fue ‘‘que los trataron mal en pedirles sus datos’’ y ‘‘que no les permitieron hacer llamadas’’ telefónicas.
‘‘Digan sus nombres verdaderos porque si no, no los van a hallar’’
El profesor testigo de los hechos aseguró que el oficial a cargo les dijo: ‘‘allá afuera hay dos muertos, y para mí que son de ustedes’’. Los militares ordenaron a los muchachos levantarse la camiseta, dejar carteras y celulares en una mesa de centro y, luego, alzar los brazos.
‘‘Dos muchachos bajaron cargando en vilo al herido y lo sentaron en un sillón. No podía hablar; nos escribía en el teléfono que no podía respirar.’’
El herido era el normalista Édgar Andrés Vargas, originario de San Francisco del Mar, Oaxaca, a quien una bala le destrozó el maxilar superior y la base de la nariz. El oficial a cargo, cuyo rango José Luis no identificó, tomó la palabra:
–Lo que hicieron ustedes es un delito, se metieron a una propiedad privada, así que voy a llamar a la policía municipal para que se los lleve detenidos –les dijo.
–Oiga, oficial –intervino José Luis–, ¿cómo va a llamar a la policía municipal si ellos mismos fueron los que les dispararon a los muchachos?
–¿Cómo que fueron ellos?
–Sí, fueron ellos.
A esas horas, los cuerpos de dos normalistas yacían a tres cuadras de distancia, bajo la lluvia, sin que ninguna autoridad se apersonara.
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