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CHILPANCINGO, Gro., 25 de mayo de 2014.- Cuando la puerta se cierra y escuchas el “click” del seguro al otro lado, el encierro es total.
En la planta baja, dos policías del estado, armados con rifles de asalto, vigilan la pequeña entrada al edificio verde, que con sus ocho niveles se erige imponente sobre la plaza central de Chilpancingo.
Dos policías vigilan desde el balcón en el segundo piso, dos más se apostan en el tercero, detrás de la puerta de madera que se cierra con seguro.
¡Click!, suena el pasador y el aislamiento te atrapa.
Es difícil no sentir un terror premonitorio, la psicosis, la mente con pensamientos macabros a todo galope.
Imposible no imaginar que en cualquier momento ingresará por la fuerza un comando armado o que una granada detonará en la entrada del edificio.
Sin embargo, la tranquilidad impera en el pequeño recibidor del tercer piso.
Las paredes blancas, el piso de fina loseta, los muebles elegantes de madera rojiza y la sala de cuero en el mismo tono que se hunde suave y cómodamente cuando te sientas en ella.
Entonces, una segunda puerta se abre para dar paso a Pioquinto Damián Huato, el empresario que 10 semanas atrás salió de su casa escoltado por medio centenar de policías.
Aquel empresario que el 12 de marzo huyó de Guerrero y del país a causa de la violencia e inseguridad.
Una calma aparente se refleja en su mirada y una sonrisa se dibuja en su rostro, feliz por recibir visitas en “su cárcel”, como él llama a su hogar, del que no puede salir por el riesgo de sufrir otro atentado contra su vida.
Viste una sobria camisa manga larga de finas franjas azules, un pantalón caqui y zapatos color café.
Tranquilamente se sienta en el sofá y cruza la pierna, apacible, pero cuando escucha que alguien corre el seguro de la puerta su mirada se lanza frenética, para averiguar de quién se trata.
No pierde la compostura, pero pequeños detalles revelan el terror que revive cada día, desde el atentado a balazos que sufrió el 28 de enero de 2014.
180 balas no son pocas y menos cuando impactan en ráfaga contra tu vehículo.
Por eso Damián Huato dejó atrás la violencia de Guerrero y buscó la calma de La Habana, Cuba.
-¿Cómo fue tu vida en el exilio y quién te acompañó?, se le pregunta.
-“Me fui nada más con mi esposa. Con el resto de mi familia procuramos estar separados, por el riesgo, procuramos nunca estar juntos. En la isla (Cuba) pasábamos con un bajo perfil. Nunca tuvimos contacto con nadie y estuvimos ahí solamente un mes. Allá la vida es muy monótona, no se puede hacer mucho contacto porque en Cuba no funciona ni el Telcel, ni el Nextel. El internet es muy caro y prácticamente te desconectas”.
Relata que de vez en cuando compraba tarjetas para navegar en internet y estar al pendiente de la problemática social de Chilpancingo.
-“Yo veía con mucha preocupación lo que estaba sucediendo, pero no podía hacer nada porque no tenía contacto con la gente”.
Después de un mes en La Habana, decidió que regresaría a México porque no soportaba la distancia con sus hijos, se había cansado de vivir en hoteles, extrañaba los tacos y el pozole, el bullicio de la gente caminando en el zócalo, le hacía falta un buen mezcal y le cansaba ser un espectador impotente de los problemas que enfrentaban sus compañeros, su gremio, los empresarios que a diario tienen que lidiar con las amenazas, los asaltos y extorsiones de la delincuencia.
Entonces voló de regreso al país de los mariachis y el tequila, de los cárteles de la droga, de las ejecuciones diarias, de los miles de desaparecidos.
Por seguridad se mantuvo en el Distrito Federal durante otro mes, pero al menos ya podía mantenerse en contacto con los empresarios vía telefónica, a través de Leticia Maganda Sánchez, actual presidenta de la Cámara Nacional de Comercio (Canaco) de Chilpancingo.
Cruzaron varias llamadas, pero ella evitó a toda costa que Pioquinto Damián se preocupara de lo que acontecía en la capital guerrerense.
“Nunca me preocupaba de lo que estaba pasando, porque sabía que yo estaba al pendiente de todo y sentía la impotencia de no poder intervenir en nada”, cuenta y se lleva las manos a las rodillas, las aprieta con fuerza.
En la semana del 23 al 29 de marzo, la prensa documentó 16 asaltos tan sólo en el primer cuadro de la ciudad.
La situación se mantuvo durante varias semanas. Ahora el presidente de la Confederacion Patronal de la República Mexicana (Coparmex), Jaima Nava Romero, salió avante en las denuncias públicas contra la fallida estrategia de seguridad en Chilpancingo.
En una entrevista, reveló que el lunes 7 de abril un convoy de vehículos con al menos 15 hombres fuertemente armados, incluidos ex policías, asaltaron cuadras completas en los negocios del centro de la capital. Esta acción quedó registrada en video.
Pioquinto Damián no era ajeno a esta situación, aunque la presidenta de Canaco lo omitiera en las llamadas telefónicas que cruzaban de vez en cuando.
A través del internet se mantuvo al pendiente de la información que publicaban los periódicos locales y estatales.
En mayo decidió que ya había esperado demasiado y regresó a Chilpancingo, consciente de que viviría encerrado, aprisionado en su propio hogar para preservar su vida.
Al menos estaría con su familia, en el calorcito rico que se siente en Chilpancingo durante el verano, se calentaría la garganta de vez en cuando con un mezcal y sobre todo, disfrutaría una vez más de la gastronomía guerrerense.
-¿Por qué regresaste Pioquinto?, ¿no tienes miedo?, se le pregunta.
Una sonrisa se esboza en su rostro antes de responder y se encoge de hombros.
-“Esta es mi tierra, aquí nací, yo he vivido aquí toda mi vida, ni para estudiar salí de la ciudad… yo estudié aquí en la UAG. No quiero despegarme de Chilpancingo, no quiero desligarme. Mi esposa y yo ya no aguantábamos vivir en hoteles, incluso el estar alejados de nuestros alimentos cotidianos. No es fácil, uno añora”.
-¿Regresaste también a exigir justicia?
-“Quiero justicia, exijo justicia, pero estoy esperando que llegue y si no llega la justicia terrenal va a llegar la justicia divina”.
Recuerda que el atentado a balazos que sufrió el 28 de enero a las 19:51 horas, tenía la intención de matarlo a él.
Estaba oscuro, los sicarios se fueron sobre el asiento del copiloto porque pensaron que era Pioquinto Damián Huato quien viajaba en esa posición.
180 balazos, gritos, sangre, terror, cristales volando por todos lados, desesperación, rechinido de llantas, los pistoleros alejándose a toda prisa. Después silencio… su nuera Laura Rosas Brito sin vida, con 120 balas alojadas en el cuerpo que, como un milagro, no atravesaron el asiento ni tocaron a ninguna de las personas que viajaban atrás, incluido Pioquinto Damián.
-“Todos los cristales salieron volando… yo estaba llenos de cristales pero no de balas”, relata y hace una pausa antes de continuar. “No había posibilidad que pudiera salir vivo nadie, pero ninguno de los impactos que fueron director contra mi nuera atravesó el asiento y yo iba detrás de ella”.
El 3 de marzo la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) ofreció una rueda de prensa en la que el titular, Iñaki Blanco Cabrera, informó sobre la detención de 12 integrantes del grupo delictivo Los Rojos. Al menos seis confesaron su participación en el atentado contra Pioquinto Damián Huato.
Aun así, el empresario sostiene que el caso sigue impune.
-“Mientras no caigan los asesinos intelectuales hay un pendiente de justicia. Yo no tengo enemigos, a quienes les afectaban mis declaraciones eran el presidente Mario Moreno Arcos y su hermano, son los que ordenaron mi asesinato, porque yo estaba afectando sus intereses”, argumenta.
-Pero la Procuraduría los exoneró porque no encontraron pruebas… ¿Cómo está eso?
-“No encontraron pruebas porque nunca las buscaron, si las hubieran querido buscar las encuentran, no es difícil”.
Damián Huato no confía en que la PGJE detenga o al menos investigue al presidente municipal Mario Moreno Arcos, a quien, sostiene, le extendieron una carta de impunidad.
Cuestiona que la Fiscalía no haya mostrado los videos del Centro de Control, Comando, Comunicaciones y Cómputo (C4) en los que se documentó el atentado.
Sin embargo, espera que la Procuraduría General de la República (PGR) atienda a los señalamientos directos que hizo contra el alcalde de Chilpancingo.
El también ex diputado asegura que no tiene ninguna diferencia personal ni obsesión contra Moreno Arcos, pero sostiene que existen elementos para sospechar de él como cabecilla de la delincuencia organizada.
Recuerda que cuando Moreno Arcos ocupó la alcaldía, se reunió con él en varias ocasiones para plantearle las dos principales problemáticas que enfrentaba el sector empresarial: la instalación de comercio informal y la delincuencia organizada.
-“Yo se lo dije, lo señalé, que algunos policías en lugar de llevar a barandillas a los jóvenes, los llevaban con el líder de la delincuencia y ese señor decidía si les daban 10 tablazos con un palo de hacha, si les daban 15 o si los mataban, así es como asesinaron a los hijos de varios comerciantes”, relata y no puede controlar su exaltación. Incluso se pone de pie y agita las manos desesperadamente, tratando de contener su impotencia.
De acuerdo a Pioquinto, el alcalde no sólo ignoró las acciones del crimen organizado, sino que también otorgó permisos desde el inicio de su administración para la instalación de tianguis foráneos y comercios ambulantes, los cuales son controlados por la delincuencia.
Esta situación provocó que 62 empresarios registrados en la Canaco abandonaran el estado de Guerrero durante 2013, desde que Mario Moreno Arcos ocupó la alcaldía.
“Entre los exiliados hay de todo, desde ferreteros, abarrotes, materiales para construcción, dueños de comercializadoras… todos sufrieron por la delincuencia”, lamenta el ex dirigente empresarial.
Para Damián Huato, sólo hay una manera de recomponer la situación de crisis que se vive en Chilpancingo: “El gobierno federal tiene que ir desmantelando poco a poco esa estructura criminal que se encuentran dentro de las instituciones para terminar con la delincuencia”.
Hasta antes de escapar de México, el empresario contabilizó ocho secuestros en el gremio.
A su regreso documentó uno más, que terminó en el asesinato del hijo de un empresario que no pudo pagar el rescate.
El día de la entrevista, el jueves 22 de mayo, Damián Huato reconoció un avance en la estrategia de seguridad.
-“Me dicen mis compañeros que ya no hay cobro de piso, aunque sigue el comercio informal, ese que le pertenece al narco. Pero parece que ya disminuyeron los delitos comunes y los de alto impacto. Ya no tenemos registro de más secuestros ni de más muertos”, expresó casi al término de la entrevista.
Una hora después, un comando armado ingresó a las oficinas del Servicio de Grúas y Auxilio Rubí, donde abrieron fuego contra las personas que se encontraban al interior. El ataque murió una niña de siete años que dormía en un sofá y cuatro adultos resultaron heridos.
Durante la madrugada se desató un tiroteo en un antro de la capital, en el que murió un joven.
Al día siguiente Chilpancingo se bañó de sangre… otra vez.
Cuatro hombres ejecutados aparecieron en el transcurso de la mañana: uno en la colonia Obrera, dos en la Plan de Ayala y otro en la Nueva Revolución.
La cotidianeidad de los muertos, la violencia y la inseguridad ya no sorprenden al empresario Pioquinto Damián Huato, quien tiene una explicación del por qué es imposible detener esta crisis en Chilpancingo.
-“Todo lo que se haga para combatir la delincuencia es muy bueno, pero mientras se detenga solamente a los trabajadores y dejen a los jefes, esto va a continuar”, dice.
-¿Quién es el jefe?, se le pregunta.
-“El jefe está aquí al lado (dice y señala con el índice derecho hacia el ayuntamiento) y si no se limpia integralmente la casa, se corre el riesgo de que se instale otro cártel. El que manda verdaderamente está aquí al lado”, advierte.
-¿Te refieres a que Mario Moreno Arcos es el jefe del crimen organizado?, se insiste en la pregunta.
-“Tú lo has dicho”, responde Pioquinto y suelta una risa.
Salir de “su cárcel” es fácil: cruzas la puerta de madera y te despides de los dos policías que la custodian, bajas un piso, luego otro y ahí te despides de otros dos policías, desciendes hasta la planta baja y le dices adiós al último par de estatales que, con sus rifles de asalto colgando del hombro, te sonríen y te dicen adiós amablemente.