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Hubo que esperar hasta llegar a los noventa para conocer la propuesta vallenatera proveniente de Monterrey de Celso Piña, El Rebelde del Acordeón, Mr. Cumbia, —tantos adjetivos con que le han bautizado—, con toda una propuesta norteña del mainstream que arrasaría la cultura musical regional en el país para imponer su rítmica hegemonía.
Este paquete incluía, a la hora desgastada música banda y sus subgéneros del negocio musical.
Veinte años antes en este “puerto maledicente donde no pueden ver a uno comiéndose…”, recitaba Jorge Laurel citando a Juan López, surgía la propuesta musical, sin mercadotecnia, que correría como un ciclón por todo el país y América, desacralizando a la misma música, bajo la prédica de que todos podíamos hacer bailar para la gente sin tanta técnica y sin tanta escuela.
Sí hablo del fenómeno Acapulco Tropical de Walter Torres y Lauro Navarrete que crearon a principio de los setenta en la colonia Morelos de Acapulco y centro pestilente un antes y un después con la cumbia colombiana, y con la música de acordeón.
Veinte años antes de que llegara Mr. Cumbia con toda su maquinaria mercadotécnica, que incluía el apoyo del Premio Nobel de Literatura, cumbiero, vallenatero y colombiano, Gabriel García Marqués: “Cien Años de Soledad es un largo vallenato”, dijo de su máxima novela.
Una música sencilla que llegaba a lo más profundo del alma de los costeños en busca del faro de identidad, con dos o tres acordes, como lo expresaban los más violentos seguidores del punk rock en ese tiempo, con una tarola, con una o dos guitarras acústicas adaptadas a la electricidad y al micrófono, con dos o tres trompetas Radson, una voz de la chingada, eso sí, con mucho sentimiento, con sentido del ritmo y ya está.
No se necesitaba la aprobación de los especialistas, de los académicos, de los nobeles de literatura, sólo las ganas de arrechear y la convicción de los mismos músicos de que lo que hacen está bien hecho: “qué bien que toca Acapulco Tropical, qué bien…” ¡No faltaba más!
Aquí no fuimos estigmatizados porque entre nosotros no nos podíamos leer la palma de la mano peluda. Éramos cumbieros, nos gustaba bailar la cumbia colombiana a de los Corraleros del Majagual, Calixto Ochoa y más ahora que era nuestra y hablaba de nosotros: “me puse a bailar cumbión sin zapatos y sin camisa, pero una vieja atrevida…”
Adoptamos al Acapulco Tropical y le abrimos las puertas a nuestras fiestas vía las estaciones de radio acapulqueñas primero, después las frecuencias chilangas, luego el norte, Monterrey y el resto del país.
Después Estados Unidos, Centroamérica. Luego vino ídem, dinero, mujeres, drogas, las reales y económicas: “todo lo ganamos y todo lo perdimos”, me dijo una vez Walter Torres viendo a lontananza el éxito que se les iba entre las manos como gaviotas blancas que volaban en la bahía y les decía adiós.
El éxito del Acapulco ya había hecho escuela acá, acá en Acapulco y la Costa Chica. También ya tenía imitadores.
Y surgió una ola de nuevos valores entre Oaxaca y Guerrero, que aún seguimos bailando y añorando: Mar Azul, Los Cumbieros de El Sur, Los Pachangueros de La Costa, Los Pachangueros de Sorpresa, Luces del Mar, Vanguardia Campesina, Grupo Caribe, Los Polifacéticos, Coyuca 2000, La Amistad, Multisonicos, Corralero Navy, Apache 16, Los Magallones y… por supuesto La Luz Roja de Acapulco que se transformaría después en La Luz Roja de San Marcos. Ésta última importó a un acordeonista colombiano que tocaba con Los Corraleros del Majagual , Aniceto Molina, y de ahí dio un giro de tuerca a su música qué pasó de la cumbia al vallenato o la fusión de estos dos géneros musicales colombianos que generaron un tercero, la cumbia costachiquense.
Nosotros antes que vallenateros, y mucho antes que en Monterrey, capital de la música norteña con acordeón, fuimos cumbieros y seguimos siendo cumbieros con nuestro sello particular. Nada más hay que escuchar a Mar Azul con sus éxitos, Pinotepa Nacional o Me voy para Carolina y más.
Mis respetos para Mister Cumbia y para todos los que ha escrito sobre la cumbia y el vallenato aprovechando su muerte, algunos muy ignorantes, otros de plano norticéntricos, pero la cumbia, música de negros que les gusta mover el culo, llegó primero a Costa Chica. Aquí la reciclamos con nuestros músicos y nuestras casas grabadoras que tuvimos en Acapulco.
Celso Piña fue “hasta principios de los noventas cuando ‘Ron, tabaco y esperma’, se hizo escuchar fuera de Nuevo León”, como bien dice el ibérico periódico, tan eurocéntrico, El País… Nosotros lo hicimos a principio de los setenta. Y ya nada fue lo mismo.
Y échense este trompo a la uña, Acapulco Tropical el generador de todo este movimiento ya fue inmortalizado por la meca del cine mundial: Hollywood. Roma, la película de Alfonso Cuarón, incluyó Mar y Espuma en su soundtrack con la que obtuvo una de las 10 nominaciones a las estatuillas doradas. Un Oscar que ganó a la mejor música.
Y para terminar pues que descanse en paz Celso Piña, allá donde se vayan los muertos, porque acá los vivos seguiremos moviendo el culo con su Cumbia Sobre el Río y con El Cuinique del Mar Azul.