
Falso dilema
Xenofobias que no se entienden
Resulta más fácil entender y hasta justificar la xenofobia de los europeos, que la de los mexicanos. Sí, muchos odian y rechazan al extranjero -como lo hacemos acá-, con manifestaciones que van desde el rechazo más o menos manifiesto, el desprecio, amenazas, hasta agresiones y asesinatos.
Tan inaceptable como la nuestra, pero más entendible y hasta justificable, considerando los principales motivos de la xenofobia: color de piel, etnia, sexo, edad, cultura, religión, e ideología.
Más fácil de entender, porque en Europa el 90 por ciento de los extranjeros víctimas de la xenofobia son mayormente árabes, asiáticos y africanos, de distintos colores de piel, grupos étnicos, culturas, creencias religiosas, y sistemas políticos a los europeos.
Más fácil hasta de justificar, porque en promedio son mucho más pobres que ellos, vienen de zonas de guerra y conflictos religiosos, de terrorismo e inestabilidad económica y social, que amenazan el empleo de obreros y trabajadores de los países más ricos del mundo.
En cambio, las víctimas de la xenofobia en México son mayormente de Honduras, El Salvador, Guatemala, Cuba y Haití. Todos los ‘extranjeros’ de acá, con piel, cultura, idioma, ADN, religión e ideología muy similares o iguales a las nuestras.
Por eso es difícil entender la manifestación de rechazo manifiesto, desprecio y amenazas de algunos mexicanos, ante ‘extranjeros’ que son más propios que ajenos.
Claro, se entiende y hasta justifica, en parte, la xenofobia de muchos gringos en un país que es destino de migrantes y no, como el nuestro, lugar de paso y refugio temporal. Sólo en parte, porque Estados Unidos, hasta Donald Trump, presumía de ser una nación con fronteras abiertas al mundo.
Pero es muy difícil entender y menos justificar la xenofobia mexicana, pues además de las afinidades y coincidencias antes mencionadas, también presumíamos ser patria chica de exiliados españoles, argentinos, chilenos y uruguayos, que llamábamos hermanos latinoamericanos, y porque somos uno de los principales expulsores de migrantes en el mundo y ahora, en nuestra frontera Sur, tratamos a los migrantes como no queremos que los gringos traten a los nuestros en la suya.
Me sorprende la xenofobia mexicana, sobre todo la de clase media y acomodada, pero me sorprende más el silencio y la indiferencia de los que esperaba al menos un poco de empatía y solidaridad.
Parece que algunos piensan que la crisis mugratoria es culpa de la intolerancia de Trump y la ambivalencia de López Obrador, que el problema es coyuntural y que se resolverá con la llegada de los sucesores, que el fenómeno es regional o distinto al de otras latitudes.
Nada más alejado de la realidad. Basta un repaso breve a los datos duros en el portal de la ONU, para divisar su verdadera magnitud.
En el año 2000 había 15.9 millones de refugiados y 172.7 millones de migrantes, en 2015, la cifra creció a 21.3 millones de refugiados y 243.7 de migrantes; 74 y 70 por ciento, respectivamente.
Pero lo que seguramente ignoran los xenófobos mexicanos, y los de cualquier parte del planeta, es que los migrantes contribuyen sinificativamente al desarrollo económico: en 2015, los migrantes enviaron 432 millones de dólares a países subdesarrollados, mientras que en el mismo lapso se invirtió mundialmente el triple (232 millones) en ayuda internacional para el desarrollo.
En un mundo cada vez más interdependiente y conectado, al final, la xenofobia nos alcanza y afecta a todos. Los xenófobos no entienden que la migración es creciente e inevitable, que en la aldea globalizada en que vivimos ya ni siquiera se trata de nacionalismos, de levantar muros o combatir amenazas ‘extranjeras’, que se trata de encontrar soluciones y no de buscar culpables.