Las elecciones en Estados Unidos y su repercusión en México
El caldo y los frijoles
Una pregunta respetuosamente mordaz para los 74 certificados lectores de este espacio: terminadas ya las campañas, ¿saben cuántos y quiénes son los candidatos que competirán por nuestro voto el próximo seis de junio?
Reitero y preciso la pregunta: ¿cuántos y cómo se llaman TODOS los candidatos de TODOS los partidos, a diputados, alcalde y regidores, que les tocará elegir?
¿Anyone? No subestimo ni desacredito memoria, interés, responsabilidad, atención, capacidad e inteligencia de nadie, politizados e informadísimos lectores, pero dudo sinceramente que exista alguien con semejante guapura cívica.
Y eso que en la pregunta no incluyo a los ocho aspirantes a la gubernatura, por descontado doy que todo mundo los conoce y reconoce, al menos a las y/o los tres tres principales, ni pregunto las principales propuestas de cada uno, mínimo las respectivas, por sentado doy que nadie tiene cabeza, tiempo ni energía para tal proeza.
¿Para qué mayores honduras, si las preguntas que hago de por sí están difíciles. Como la del premio de los 64 mil pesos, ¿verdad don Pedro Ferriz que en sus tiempos era un chorro de lana? “Y ahora”, preguntaba, “por 64 mil pesos, dígame ¿cuántos tripulantes iban en La Niña, La Pinta y La Santa María, y la edad y fecha de nacimiento de sus capitanes?”.
Si no igual, casi.
En promedio, cada elector guerrerense tendrá en las boletas de 18 a 20 candidatos, para cuatro cargos de representación popular. Por si fuera poco, más de la mitad de esos 18 o 20 aspirantes a algo, se la llevaron en calladísimas campañas, namás de muertito. No quisieron gastar ni sudar de oquis, porque sabían que van a ganar de calle, o porque sabían que hicieran lo que hicieran perderán, o porque eran pluris y esos, no matter what, fueron electos por sus cónclaves partidistas.
‘¡Araay!’, dirían cantadito en Chilpo. ‘Si harto ya hacía uno identificando y distinguiendo a los candidatos principales, para encima ubicar los de uno o dos a las curules, y luego a los de regidurías. ¡Óra qué cosa!’, rematarían quejumbrosos más de varios.
Y no les faltaría razón, porque su bajísimo nivel de reconocimiento no sólo es culpa de los susodichos, también de los medios y de los electores que casi ni los pelan. Pero si me apuran, la mera, mera culpa es de los aprobadores de la enorme concurrencia electoral. Quesque porque así nos ahorraríamos una lana en elecciones a cada rato. Por eso el INE presume la de 2021, como “la elección más grande de la historia”.
La idea sonaba bien, dijimos muchos, cansados de tanta grilla y tanto despilfarro. Pero no contábamos con que el tumultuoso alboroto de tantos aspirantes y partidos, terminaríamos desinformados, divididos y polarizados, aturdidos por la saturación.
El lío se nos ha complicado tanto, que pareciera que la de por sí estridente beligerancia intolerante de la política mexicana de estos tiempos, no deja cabeza, tiempo ni energía para la reflexión, el diálogo, la propuesta, la razón y el debate, para la política de a deveras.
Por eso supimos tan poco de los candidatos y sus ideas, más allá de nombres, enunciados, ataques y contra ataques, por eso cantaron, bailaron en Tik Tok, juraron y perjuraron, en lugar de exponer, argumentar, explicar y comprometer. Temas y prioridades en la agenda política y social, sobran y gritan: violencia criminal contra candidatos, pandemia, polarización, desigualdad salarial, migración, y no pocos etcéteras, que nadie o casi nadie en las campañas quiso, pudo, se atrevió o supo incluir en sus agendas, con la complecencia, tolerencia o complicidad de medios y electores.
O quizá sea sólo que los mexicanos no estamos listos ni entrenados, todavía, para enfrentar y resolver con mínimo decoro cívico, un reto tan novedoso e inédito en nuestra imberbe democracia; quizá seamos ciudadanos novicios e inmaduros todavía, para ejercer con éxito derechos y obligaciones políticas tan ausentes en nuestro pasado reciente.
Es posible, quizá. Lo cierto es que la altísima concurrencia electoral nos podría encarecer más el caldo que los frijoles, al elegir sin conocer bien a tantos aspirantes el mismo día.
A pesar de la exigencia popular de un cambio verdadero en México, nada se moverá sin el impulso de la sociedad, de las mayorías silenciosas. El poder o, mejor dicho, los que lo ejercen, no cederán espacios ni mando de manera graciosa y espontánea. Así ha sido siempre y así lo será.
No se trata de incendiar el país ni de amotinarnos a ciegas para virar sin rumbo ni destino. El cambio que necesitamos involucra a dos frentes: el de los políticos, para que se atrevan a ejercer la política de la buena, la que se encuentra con la sociedad por el camino más corto, el de la eficiencia, la honradez, la sensibilidad social y el compromiso, que entiendan que mayor productividad electoral se le ofrece al que trabaja bien que al que medra con recursos facilones; y el de los ciudadanos, para que se atrevan a participar, para exigir a quienes nos representen, cumplir con las tareas que les encomendamos.
Democracia de a de veras.