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LOS ÁNGELES, Ca., 27 de febrero de 2019.- Esta ciudad es un cúmulo de los idiomas del mundo. El inglés, la lengua oficial de Estados Unidos, ha sido rebasada por el castellano. Y en las calles es común encontrar a personas provenientes de distintas comunidades que hablan su lengua materna. Las lenguas indígenas florecen en los barrios mexicanos situados al este y sureste de la urbe: el ñuu savi (mixteco), el binizaa (zapoteco), el triqui o el náhuatl, de Oaxaca, Guerrero y Chiapas.
La diversidad lingüística en Los Ángeles se nutre de personas de 140 países, que hablan alrededor de 92 idiomas diferentes, muchos de ellos migrantes, por lo que quienes se comunican en lenguas indígenas enfrentan la separación de sus familiares cuando son detenidos por Migración y, ante la falta de intérpretes en las audiencias en la Corte, son deportados.
La oaxaqueña Odilia Romero Hernández trabaja para cambiar esa realidad.
Es la primera mujer que coordina el Frente Indígena de Organizaciones Binacionales (FIOB), una coalición de agrupaciones y personas indígenas, en ambos lados de la frontera de México y Estados Unidos, que defiende y promueve la identidad y los derechos indígenas.
La FIOB trabaja por los derechos lingüísticos en los tribunales, tanto en la interpretación, como en la capacitación de nuevos intérpretes de lenguas indígenas.
La activista señala que los obstáculos que padecen los indígenas en Estados Unidos no son muy distintos de los de México. La discriminación se traslada al otro lado de la frontera.
“Muchos mexicanos llegaron con su comida y su música, pero también trajeron sus prejuicios hacia los pueblos indígenas”.
Lo mismo ocurre con el desconocimiento sobre la diversidad de las culturas: “asumen que todos somos aztecas”.
Uno de los casos emblemáticos en los que FIOB se ha involucrado es el de Cirila Baltazar Cruz, quien en un juicio tuvo como intérprete una puertorriqueña que ignora el contexto cultural de los indígenas chatinos de Oaxaca.
El caso de Cirila sucedió en la costa del Golfo de Mississippi, en noviembre de 2008, cuando acudió al hospital para dar a luz a su hija Rubí. Según documentos obtenidos por el Clarion-Ledger de Mississippi, el hospital llamó al Departamento de Servicios Humanos (DHS) del estado, que dictaminó que Baltazar Cruz era una madre no apta en parte por su falta de inglés y concluyó que: “puso en peligro a su bebé, por lo que determinaron lo volverá hacer en el futuro”.
Baltazar Cruz, de 34 años, había emigrado a principios del año 2000, con la esperanza de trabajar y enviar dinero a México para manutención de dos niños que había dejado con su madre. Sin una intérprete de su lengua materna (chatino), la Corte de Migración le quitó su bebé y la deportó a Oaxaca. Cirila sólo habla el chatino, poco de español y nada de inglés.
Esa historia llevó a Odilia a organizar talleres de capacitación para hablantes de lenguas maternas, y combatir las deportaciones y las violaciones a los derechos humanos por falta de intérpretes y traductores en hospitales, comandancias de policía, en la Cortes de migración y penales de Estados Unidos.
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La primera experiencia de Odilia como intérprete profesional ocurrió cuando era muy joven. Tenía entre 13 y 14 años de edad cuando un paisano suyo se preparaba para ser peluquero y quería acreditarse para atender una peluquería estatal.
La activista ríe al recordar: “No sé cómo pasamos ese examen… y así es como él tiene ahora su peluquería, pero en ese entonces yo no sabía que era una profesión ni que te pagaban”.
El hombre quiso pagarle con dinero pero los padres de Odilia lo impidieron. “Me regaló una cadenita de oro con un crucifijo, quién sabe dónde quedó…”.
Más de tres décadas después como intérprete, Odilia se ha topado con prejuicios similares hacia comunidad latina e indígena, por la idea preconcebida de que un indígena es una persona no pensante, sin derecho a un intérprete en su lengua.
Las instituciones, lamenta, hacen el mínimo esfuerzo para conseguírselo.
“Rara vez se han visto los casos donde alguien hace este gran esfuerzo por apoyar”.
La zapoteca habla del avance de la reivindicación de la identidad lingüística en Los Ángeles. El FIOB fue iniciado por Rufino Domínguez, en 1993, como un acto político de conciencia, que un cuarto de siglo después se ha consolidado como una opción que colabora directamente con asesorías en la Corte en la evaluación de acusados hablantes de un idioma indígena de México o Sudamérica.
En sus actividades diarias, Odilia acude a los tribunales a asesorar a los acusados indígenas, averigua de qué lengua se trata y, si no es zapoteco, se encarga de conseguir un intérprete para el caso necesario.
Pese a las resistencias que encuentra con los funcionarios estadounidenses, Odilia considera que éstas serían mayores en su país natal.
“México es un país racista, muchos, no todos los mexicanos son así, claro, pero la gran mayoría tienen un prejuicio hacia las comunidades indígenas desde sus famosos dichos: ‘no seas indio’”.
Por lo que Odilia considera que los avances que ha tenido la organización a la que pertenece en Estados Unidos serían más difíciles en México.
“No pasaría en México, y creo que estos funcionarios públicos no se dejarían educar en cuanto a la población indígena. Aquí sí lo hacen, a regañadientes pero se sientan, les informas las causas del desplazamiento y se terminan solidarizando con los detenidos”.
Odilia llegó a Los Ángeles a los 12 años de edad. Hablaba su lengua materna, zapoteco, y menos de 20 palabras en castellano. Desconocía el uso gramatical del español, confundía términos de género, revolvía plural y singular.
Para ella fue traumático dejar su pueblo, San Bartolomé Zoogocho, y entrar a otro mundo que le cambió la vida.
“Decían que detrás de la montaña está Los Ángeles, pero nunca imaginé lo grande que es la ciudad, lo más traumático fue abandonar mi pueblo. Llegar a Los Ángeles y no hablar el idioma —español e inglés—, además de no convivir con los ríos, los árboles, las ardillas y las víboras. O sea, no hay nada, más que cemento, eso fue muy traumático”.
Donde ella nació es una región montañosa del sureste de Oaxaca, con pinos, oyameleles y encinos, donde habitan desde tejones y armadillos hasta águilas y correcaminos.
Un territorio, sin embargo, donde 8 de cada 10 habitantes son pobres según el propio gobierno.
“Venirnos a este país fue una opción, nunca supimos las raíces de cómo llegamos a Estados Unidos, a Los Ángeles. Nunca supimos de las políticas económicas en México, de devaluaciones del peso, del Tratado de Libre Comercio; sólo supimos que el peso ya no nos alcanzaba y tuvimos que salir de Oaxaca. Ahora que sabemos las causas del desplazamiento, tenemos que hacer algo para abogar por nuestros derechos”.
Hoy Odilia es trilingüe. Habla zapoteco, castellano e inglés.
Mientras mastica su tlayuda, una enorme tortilla característica de su tierra, Romero Hernández regresa a su origen: “No sabía que había un estado que se llama Oaxaca o un país llamado México. Siempre decía que Zoogocho era todo, por eso los niños se burlaban de mí, hablaba otro idioma, luego ya no usaba los huipiles”.
Cuatro décadas después, los migrantes se enfrentan a problemas no muy distintos. No cambia el que un niño llegue de Chiapas, Oaxaca o Guerrero, no hable el idioma y sea víctima de maltrato psicológico, el desplazamiento de los pueblos indígenas aumenta en el índice de migración.
Ahora, dice Odilia, migran a Estados Unidos porque luchan contra las mineras, los aserraderos; defienden sus aguas y huyen del crimen organizado. Una realidad que se refleja en cifras lamentables: 82 de los 125 defensores de los territorios asesinados en México en la última década son indígenas.
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Como intérprete, Odilia ha trabajado con guatemaltecos, salvadoreños o mexicanos. La buscan para conseguir algún hablante de huichol, rarámuri, o mixteco de Guerrero, de Oaxaca o de Puebla. Como intérprete independiente, trabaja con varias agencias y tribunales, donde se encuentra con personas que hablan quiché, tsotsil, un tseltal, que nunca tuvieron acceso intérpretes, porque Migración no cuenta con intérpretes en esas lenguas.
La intérprete ejemplifica con otro caso. El de Rosalba Morán, de 20 años, arrestada el 15 de noviembre de 2012 en Oxnard, por un cargo de documentos falsos, sentenciada después a 25 años de cadena prisión por el asesinato de su bebé, sin embargo, no tuvo un intérprete en su lengua materna tu’un savi (mixteco) desde su detención hasta el día del juicio.
“Desde que la detienen no la interrogan en su idioma, sino en inglés, eso dificultó su defensa”.
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La diversidad de las lenguas es tan amplia que del zapoteco existen entre 100 a 150 variantes, de acuerdo con distintos académicos.
“Por más intérpretes que formemos nunca nos vamos a dar abasto por la diversidad del idioma, solo en zapoteco”.
Además de que FIOB atiende alrededor de 150 casos cada mes, trabaja en la enseñanza del idioma zapoteco.
“Los académicos clasificaron el idioma en zapoteco alto, medio y bajo, así se fueron con el mixteco: mixteca alta, mixteca baja. De ahí se crea toda una desviación. De repente me llaman y dicen que quieren un zapoteco alto y pues no hay tal cosa, o me dicen quiero un triqui alto o un mixe alto o un mixe medio, un zapoteco medio y para nosotros eso es súper difícil porque ese puede ser cualquier pueblo”.
—¿Qué población es el mayor número de hablantes? —lanzo otra pregunta.
—Tenemos desde huicholes, rarámuris, purépechas, mixtecos de Guerrero, amuzgos, tengo mi lista, zapotecos de la Sierra Sur de Oaxaca que es algo muy nuevo y mixes que son los más recientes.
Odilia explica que los intérpretes más difíciles de conseguir son los de amuzgo y zapoteco de la Sierra Sur, porque tienen historial de desplazamiento reciente y no han podido formarlos. Por lo que han intentado trabajar a distancia.
“Hemos tratado de conseguir intérpretes en México a través de los teléfonos, pero muchas veces en los tribunales los jueces no les gusta ese proceso. Además, nuestro proyecto se enfoca en formar intérprete desde el sistema jurídico de Estados Unidos y el rol que juega cada uno de los personajes que se encuentran ante el juzgado”, dice la activista.
La activista explica que la capacitación de los intérpretes requiere cierta especialización enfocada en el entorno jurídico.
“Prepararlos cómo pensar en estas cosas como el juez, cómo le dirías al juez, cómo le dirías al fiscal, cómo le dirías en tu idioma indígena, porque no tiene caso que tú le digas en zapoteco”.
La interpretación de la lengua, abunda Odilia, debe servir para comunicar las costumbres y visión de las distintas culturas.
“Explicar el contexto cultural de las mujeres indígenas que se casan muy jóvenes, aquí se les acusa de estupro, porque no se entiende la cultura de las comunidades indígenas, que te acusen de haberte casado con una muchacha de 17 años y tú tienes 18. Por eso les enseñamos a pensar cómo decir esto desde el punto de vista de los pueblos, porque hay cosas que no tienen interpretación o una traducción directa”.
La activista admite que los intérpretes que digan que conocen todo el vocabulario y no tienen dificultades para traducir están mintiendo, por lo que es un trabajo que requiere especialización.
“Ahora cualquier hablante de una lengua materna ya es intérprete, un día un juez me dijo, ‘oye, aquí vino una persona dijo que habla mixteco, pero que nunca había interpretado, la última vez que habló el idioma fue hace 10 años que no tiene con quien platicar’, entonces ¿cómo le va a explicar al juez?”, cuestiona la líder indígena.
Entre las barreras que enfrentan los intérpretes formados por el FIOB está la creación de agencias que reclutan a hablantes de lenguas indígenas para que hagan la interpretación a bajo costo, que además generan problemas con las víctimas porque no son de la misma variación lingüística.
“Sin entrenamiento en un tema tan delicado como lo es en migración y salud, así los están enviando en la Corte de Migración y en hospitales para interpretar. Estas agencias lo único que hacen es lucrar con los derechos humanos, lo están haciendo, desde un punto de vista económico. Imagínate encontrar a alguien exótico que hable el idioma, cobras miles y les pagas cacahuates, o le pagas centavos al intérprete indígena, eso es un abuso”.
Desde que Rufino Domínguez, el fundador de la FIOB, le propuso a Odilia Romero coordinar el entrenamiento de los intérpretes, se planteó que el valor que se le debe de dar a las lenguas, tanto indígenas como castellano o inglés, es hacerlo con conciencia política.
“Si hay alguien que te dice: ‘no te voy a pagar, necesitas interpretarle al paisano’, pues vas. Esta persona no alcanzaba a comprender por qué haríamos algo gratis, pero es un derecho humano y a veces no te pagan”.