
Teléfono rojo
El retroceso estaba anunciado desde la reforma constitucional, pero se excedieron. Al desaparecer el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT), junto con otros órganos autónomos, se estableció que el Ejecutivo asumiría sus funciones. La propia Claudia Sheinbaum confirmó que, al margen de lo que discuta el “parlamento abierto” en el Senado, no habrá marcha atrás en “recuperar” tales atribuciones que, sobra decir, eran parte fundamental del régimen que Mario Vargas Llosa definió como La Dictadura Perfecta.
Esto no tiene que ver, como desinforma la propaganda oficial, con otorgarle la rectoría del sector al Estado porque éste ya la tenía con el IFT. Quieren dársela al gobierno, lo cual es distinto, y no hay que confundir interés público con control político. Pudieron cuidar las formas, buscar un esquema más equilibrado y menos discrecional, disimular aunque sea mínimamente sus ánimos autoritarios; pero la falta de contrapesos y saber que les basta y sobra con la espuria mayoría calificada que les obsequiaron en el Congreso, favorecen su despreocupación y cinismo.
La crítica informada de editorialistas, la viral inconformidad en redes sociales por la explícita amenaza de censura y la presión de importantes consorcios porque también fueron madrugados, lograron un compás de espera que, al parecer, será breve. Podrían modificar o desaparecer el infame artículo 19 que permite apagar cualquier plataforma de acuerdo a las reglas que se dé la propia autoridad encargada de bajar el switch, así como limar algunos otros filos, pero de cualquier manera seguirán manteniendo la capacidad de impulsar medios propios y afines, así como de amagar y, en su caso, cancelar medios independientes.
La reforma legal como fue enviada establecería, en los hechos y por fuera del organigrama, un cambio mayor de jerarquías en la administración publica federal. En un santiamén y mediante una ley secundaria, la Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones (ATDT), dependiente de la presidencia y dirigida por una sola persona, concentraría más poder jurídico y fáctico que cualquiera de las secretarías del gabinete: entregaría, renovaría y cancelaría concesiones; revisaría contenidos; apagaría cuentas y plataformas; sería competidor, regulador y juez en telefonía e internet.
Gran parte de esas facultades serían ejercidas por la ATDT, no con base en la legislación sino en reglamentos elaborados por ella misma. De ese tamaño sería su discrecionalidad en un área en la que se juegan inmensos intereses económicos y tiene notable incidencia política y social. Las notorias violaciones a la Constitución y a tratados internacionales, así como al T-MEC por evidente competencia desleal, no parecen importarles porque en ellos pesa más la ambición desmedida de poder.
En cualquier caso, así modifiquen los aspectos más grotescos de la iniciativa, la regulación de la televisión, la radio y el internet por parte del gobierno es un retroceso autoritario que debe verse en el contexto de cambio de régimen en México. Ya están sobre la mesa todas las piezas del rompecabezas. Es verdad que todavía falta la contrarreforma electoral que puede reducir aun más a la pluralidad de por sí subrepresentada, pero las autoridades electorales ya están capturadas y las pocas y dignas autoridades que mantienen autonomía van dejando su lugar a consejeros y magistrados oficialistas.
Sumen, al control electoral y mediático, el fin de la división de poderes; debilitamiento del juicio de amparo; desaparición de órganos autónomos y demás contrapesos; transparencia a criterio de los vigilados, Compranet eliminado y dejando sin obligaciones en la materia a las Fuerzas Armadas, Pemex y CFE; militarización de obras, servicios y seguridad públicas; extendida prisión preventiva oficiosa para que encarcelen y después verigüen (sic). Se acabó la democracia, México es una autocracia con elecciones simuladas, pues ya no son equitativas, libres ni confiables.
La crisis económica en ciernes no los hará dar marcha atrás, antes agudizan las formas autoritarias, propias de dictaduras imperfectas, que construir acuerdos para enfrentar la emergencia. No hemos visto, ni de cerca, lo peor.