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El fin de semana pasado fue un día negro para todos los mexicanos: 8 compatriotas fallecieron y al menos 20 fueron heridos en un ataque artero en la ciudad de El Paso, Texas, en los Estados Unidos de América. Las condenas a semejante ataque no se hicieron esperar. Al igual que los mensajes de condolencias a las familias y amigos de las personas fallecidas.
En ambos lados de la frontera no solo se condenó el ataque sino que identificaron las causas que puede tener una persona para cometer semejante crimen. Dada las evidentes motivaciones raciales que tuvo el tirador para tratar de justificar tan lamentable hecho, las opiniones generalizadas fueron señalar el discurso de odio contra los migrantes como la principal causa de estas muertes.
Mi propósito en este artículo no es recordar las razones concretas del ataque. Lo que me gustaría, amables lectores, es hacer un ejercicio de reflexión sobre el estado actual de la sociedad para que las palabras, sean cual fuere su origen, pueda orillar a una persona a perder su humanidad y atentar contra personas inocentes en un lugar público.
Desafortunadamente este no es el primer crimen que se comete por razones raciales, religiosos, étnicas o, incluso, de preferencia sexual. El discurso del odio es un fenómeno que tiene raíces profundas en la humanidad, desde tiempos pasados que hemos tratado de prevenir y sancionar, sin mucho éxito hasta ahora.
Tampoco es algo que ocurra en una cultura concreta o grupos específicos. El odio de un grupo a otro, por las razones que sean, se han traducido en eventos indescriptibles como el holocausto, la limpieza étnica en Serbia o en el Congo, entre otros.
En nuestro país tampoco hemos estado exentos de este tipo de barbarie, cómo fue la matanzas de ciudadanos chinos en los primeros años del siglo pasado en Torreón; o los ataques entre comunidades indígenas por razones religiosas o étnicas. O los crímenes cometidos contra personas de la comunidad LGBTTI.
Desde el derecho internacional se han creado instrumentos jurídicos e instancias judiciales para prevenir y sancionar este tipo de conductas como es el discurso del odio. Sin embargo, en muchas ocasiones se piensa que el odio transmitido por medio de palabras o discursos choca con el derecho a la libertad de expresión.
Las discusiones sobre el tema ha abierto debates importantes entre los juristas y los defensores de derechos humanos para saber hasta donde el Estado, como orden jurídico, debe regular las expresiones de las personas que inciten al odio o conductas en contra de ciertos grupos.
Más allá de los debates jurídicos, lo cierto es que los discursos del odio tienen su origen en actitudes discriminatorias y racistas, que inician con prejuicios e insultos, y terminan por infectar la conversación pública y generando acciones de violencia hacia determinados grupos.
Estudios reciente muestra una tendencia preocupante en México sobre el racismo que deriva en rechazo y odio hacia grupos, principalmente los indígenas, personas con discapacidad, extranjeros, o personas que profesan diferente religión.
La Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS, 2017), muestra cifras poco alentadoras sobre la discriminación racial en nuestro país. El 40 por ciento de la población indígena declaró que fue discriminado debido a su condición de persona indígena; el 58.3 por ciento de las personas con discapacidad se sintió discriminada por su condición y 41.7 por ciento de las personas por sus creencias religiosas. Así mismo, el 53.8 por ciento de los encuestados señaló que fue discriminado por su apariencia, es decir, por el todo de su piel, peso, estatura y forma de vestir.
Si bien los casos que conectan directamente el odio hacia un grupo a un ataque directo como el acontecido en la ciudad del El Paso, Texas, no se han presentado afortunadamente, es nuestra responsabilidad erradicar los discursos que contengan racismo, xenofobia y discriminación venga de donde venga.
No podemos dejar que las expresiones discriminatorios o racistas se comiencen a apoderar de nuestra conversación y menos que se conviertan en parte del discurso entre grupos sociales.
Debemos aceptar que la sociedad mexicana tiene una alta prevalencia de emitir juicios que tienden a ser discriminatorios, racistas y clasista. No permitamos que eso nos defina como sociedad.