Teléfono rojo
El fondo detrás de Meade y el dedazo
Un caricaturista del diario La Jornada expuso este miércoles con notable agudeza una de las contradicciones a las que el público deberá irse acostumbrando conforme se acerquen las elecciones presidenciales del próximo año. “¡Por fin llegó el que va a enfrentar al mesías!”, dice uno de dos hombres inclinados en señal de adoración frente a la figura de José Antonio Meade, dibujado como santo en referencia a la transformación súbita que experimentó al convertirse en precandidato presidencial del PRI. El título del cartón es “Congruencia”. (Helguera, La Jornada, 29 de noviembre de 2017)
Igual que en la transfiguración de Jesús, una vez que visitó a los tres sectores del PRI (la CTM, la CNC y la CNOP) el ex secretario de Hacienda emergió el lunes pasado como el único y genuino Mesías que el país esperaba. Así de desmesurada y absurda fue la representación del destape de José Antonio Meade, episodio que no importaría más que como un espectáculo político arcaico si no fuera porque detrás de ese ritual asoma la determinación de hacerlo presidente al costo que sea. Esa condición apareció manifiesta en la conducta zalamera del dirigente de la CTM, Carlos Aceves del Olmo, quien asumió esta vez el papel que solía estar reservado para Fidel Velázquez como destapador de los tapados y con ello dio la pauta para el endiosamiento de Meade, que tan bien reflejan las caricaturas de esta semana.
Lo que interesa observar en esta puesta en escena no es tanto si Meade puede ser un buen candidato del PRI, si por primera vez el partido oficial recurre a un externo para intentar conservar la Presidencia, o si Luis Videgaray se impuso a Enrique Peña Nieto. No. Lo más interesante y grave de este episodio es que Peña Nieto se dispone a poner el aparato del poder público al servicio del PRI para ganar la elección del próximo año, exactamente como lo hizo en las recientes elecciones del Estado de México y Coahuila, que fueron ensayos previos de la gran contienda del 2018. La nota común en estas dos elecciones –principal y más visiblemente en el estado de México– es que el gobierno se volcó a repartir dádivas para apoyar al candidato del PRI, aplicó una exitosa estrategia de división de la oposición –extrañamente el PAN y el PRD se rehusaron a aliarse, con lo que habrían derrotado al oficialismo–, y una vez realizada la elección alineó al Tribunal Electoral para validar el triunfo de su candidato a pesar de todas las irregularidades que se cometieron a la luz pública. Para prueba de esto último, ni los consejeros del INE contuvieron ayer su indignación por el sesgo con el que los magistrados electorales decidieron el caso de Coahuila en favor del PRI.
El aparatoso destape de Meade fue organizado por el Presidente mismo, y la escenificación empezó probablemente cuando lo nombró secretario de Hacienda el año pasado. Pero Peña Nieto comenzó a mostrar la existencia de sus planes políticos dos años atrás, cuando en sus discursos asumió una cruzada contra el populismo y a favor de la continuidad. Este discurso tuvo su expresión más acabada en el mensaje presidencial del pasado 2 de septiembre en el Palacio Nacional, donde proclamó que “México está hoy, mejor que hace cinco años” y abiertamente alertó contra el riesgo de un “retroceso”. “La disyuntiva es muy clara: seguir construyendo para hacer de México una de las potencias mundiales del Siglo XXI o ceder a un modelo del pasado que ya ha fracasado”, dijo, en obvia referencia a las posturas del puntero en las encuestas sobre para el 2018, Andrés Manuel López Obrador.
Peña Nieto trajo de regreso a la vida pública del país y al ejercicio del poder los hábitos antidemocráticos y autoritarios que distinguieron a los gobiernos del PRI antes de su derrota en el año 2000. Todos los que pudo. Junto a la simulación, la corrupción y la impunidad, uno de los más perniciosos es el hábito de confundir el interés público con el interés del Presidente, ni siquiera el interés del gobierno o de su partido sino el del Presidente. Eso es lo que estuvo presente en todas las sucesiones priistas anteriores a la actual, y eso es lo que destaca en la designación de Meade, el dedazo como expresión de la voluntad exclusiva e incuestionable del Presidente, asumida como el interés del país. Si se proyecta el discurso presidencial y el patrón de conducta del gobierno respecto a las elecciones del Estado de México y Coahuila, lo que continúa es el triunfo de Meade por los medios que sea preciso utilizar. Sin límites, sin reparar en costos y con absoluto desprecio a la democracia.