Teléfono rojo
El nuevo López Obrador
Entre las numerosas lecciones de habilidad política que ha dado Andrés Manuel López Obrador en los años recientes, gracias a lo cual se encuentra hoy a la cabeza en las encuestas de la contienda presidencial, quizás ninguna sea más certera y desconcertante como la que brindó el jueves pasado en su tierra natal.
En una entrevista con el director del diario Tabasco Hoy, Miguel Cantón Zetina le hizo la siguiente pregunta al líder de Morena: “Para unir al país y gobernar en armonía, ¿estaría dispuesto a perdonar y fumar la pipa de la paz con Carlos Salinas y Enrique Peña, entre otros políticos, incluyendo a algunos empresarios?” “Sí, no es mi fuerte la venganza, lo que importa es sacar adelante a México, eso es lo más importante y pensar hacia adelante; no odio, no podría vivir con odios, soy muy feliz”, respondió el precandidato presidencial.
Enseguida se explayó y se explicó: “No va a haber persecución, no va a usarse el Poder Ejecutivo en este caso, no se dará instrucción desde la Presidencia de la República de perseguir a nadie por cuestiones de índole política, no vamos a optar por las venganzas. No voy a necesitar legitimarme con medidas espectaculares, cuando un Presidente tiene el respaldo del pueblo, tiene que actuar de forma espectacular”. Por ello, dijo, no optará por ponerse a ver desde el primer día cómo meter a la cárcel a personajes de la mafia del poder.
Este sorpresivo cambio de postura de López Obrador es de la mayor trascendencia. Desde hace casi veinte años, y aun desde más atrás, el enfrentamiento entre López Obrador y Salinas de Gortari ha estado presente y en una importante medida y de muchas maneras ha condicionado la vida política del país, cada uno en representación de sus respectivas ideologías y programa político: el neoliberalismo que le es natural al ex presidente, y el antineoliberalismo que tiene en el líder de Morena a su más prominente vocero. El país se acostumbró a esa confrontación.
El rompimiento de esa tensión –si es que al final se confirma que eso fue– no es producto de la sensiblería a la que recurre López Obrador de tanto en tanto, sino un movimiento estratégico destinado a generar un nuevo contexto político y a crear los cimientos de la gobernabilidad que el precandidato de Morena necesitará si obtiene el triunfo en las elecciones presidenciales. Obra, pues, de acuerdo con imperativos señalados por su condición de puntero en la disputa por la Presidencia.
Por ese motivo es claro que el mensaje no es tanto para Salinas sino para el presidente Enrique Peña Nieto, hoy depositario y jefe de la descarnada lucha que el PRI ha sostenido con López Obrador, que en su paso por el poder Vicente Fox y Felipe Calderón convirtieron en feroz persecución. Será interesante observar la respuesta de Peña Nieto, y si la hay, después de la aparatosa campaña que con el estigma del populismo fue puesta en marcha encabezada por el propio presidente con el objetivo de destruir la ventaja alcanzada por López Obrador.
Es posible que en el primer instante este giro imprevisto haya desconcertado al gobierno y al PRI, pues no estaba en el guión de la contienda. Hasta ahora ni José Antonio Meade, ni Enrique Ochoa Reza, ni el vocero Javier Lozano han dado acuse de recibo del telegrama lopezobradorista, y se entenderá que se guarden su opinión si lo que quieren es mantener intacta su estrategia de campaña, que es de confrontación al estilo que puso en práctica el PAN en el 2006. Es probable que el mismo predicamento frene al presidente Peña Nieto, quien también sigue al pie de la letra el manual que puso en ejercicio hace dos años contra el populismo y en defensa de la continuidad de su programa de gobierno.
Si se considera lo anterior, la primera reacción del PRI y del gobierno quizás sea de indiferencia hacia la declaración de López Obrador. Sin embargo, sería deseable que una mente sensata se interpusiera y atenuara una interpretación arrogante del llamado que hizo el que podría ser el próximo presidente. Ese gesto de conciliación no corresponde a la imagen con la que el PRI ha intentado estigmatizar a López Obrador, pero eso solamente refleja la petrificación priista frente a un candidato que para esta elección ha modificado su personalidad pública. Ahí está la lección política: el PRI combate a un político que es otro. ¿Qué responderán Peña Nieto, Meade o Salinas?