El agua, un derecho del pueblo
Hace 77 años que el piolet asesino de Ramón Mercader cegó la vida de Trotsky. El diario Rl Universal publicaría: “Las órdenes de Stalin fueron esta vez cumplidas con una atroz exactitud” (El Universal, 23/08/1940). Había muerto el revolucionario más destacado, junto con Lenin, que hizo posible el derrocamiento del régimen zarista de la Rusia de principios del siglo XX.
Lev Davidovich Bronstein, mejor conocido como Trotsky, seudónimo adoptado del nombre de un custodio de la cárcel de Siberia en la que estuvo recluido. Fue el comandante del famoso Ejército Rojo, elemento decisivo en la cruenta guerra civil post revolucionaria.
Crítico de Stalin, al considerar que su gobierno había degenerado en un cuerpo burocrático que ralentizaba su marcha al socialismo, alejado del planteamiento marxista-leninista de que el proletariado para evitar la burocratización debía circunscribirse a: la revocabilidad de su mandato en cualquier momento, retribución no superior al salario de un obrero y la rotación de puestos. En su crítica, el revolucionario ruso, sostenía que al formarse una burocracia permanente, se generaban élites que defendían sus privilegios en contra de las mayorías, bajo un sistema democrático aparente en el que solo prevalecía el mandato de su líder, naciendo así el culto a la personalidad.
Del legado de Marx, Lenin y Trotsky, aunque nuestro sistema por definición y por convicción es capitalista, bien vale la pena, retomar algunos principios para preguntarnos, ¿por qué la alta burocracia de nuestro país, nuestros representantes en ambas Cámaras, tanto federal como estatal, ganan altos sueldos, prestaciones y reciben cuantiosos recursos que manejan en total opacidad? ¿Por qué los magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y sus tribunales federales forman una casta privilegiada capaz de obtener sueldos y gastos exorbitantes? ¿Por qué a los malos gobernantes o representantes, no se les puede rescindir o desaforar para suplirlos por otros, que sí den resultados, o cuando menos sean más eficientes y honrados? ¿Por qué se les otorga tantos recursos a los partidos políticos, para poner en las esferas de gobierno a personas ineptas?
La respuesta salta a la vista, pero la solución se ve lejana, debido a que el mismo sistema los protege. Para cambiar el estado de privilegios, es condición sine qua non una revolución, pero no como la de Lenin y Trotsky, pues no hay condiciones materiales para hacerlo, no obstante, hay otras vías y una de ellas es el empoderamiento ciudadano y éste se dé cuenta de su fuerza transformadora, sólo que para ello, debe pasar por un proceso de secularización y organización política.