México ante su mayor amenaza
Estoy hasta la madre del narco
Tengo varios días fuera de Acapulco. Salí el domingo muy temprano hacia la Costa Chica, a la playa, acá donde los alcances de las cacareadas reformas en telecomunicaciones Peñistas nomas no llegaron.
El Internet se mueve a vapor con leña ardiendo y donde un deseo, aunque viaje en tranvía, lo hace más rápido que un video en la red.
Ando fuera de Acapulco y no sé más de lo que los medios de comunicación que leo dicen sobre los hechos de Taxco. Y les creo.
A distancia, un hecho así es condenable, repugnantemente, injusto, irracional y violatorio al Estado de derecho.
Que demuestra lo fallido de nuestras instituciones ante la omisión de las autoridades de los tres órdenes de gobierno, que en algunos casos son cómplices de alguna manera, eslabón determinante, en la sofisticada red del crimen organizado.
Y también responsabilidad nuestra. Nosotros, el eslabón más frágil de la cadena delincuencial, los ciudadanos, que hemos permitido este deterioro y fomentado su expansión por nuestro culto al consumo y al oropel de la frivolidad que fomentan los medios de comunicación. Hemos cerrado las ventanas y puertas de nuestra casa para mirar “seguros” desde la sala los noticieros y la realidad que nos vende la caja que quiere parecer menos idiota.
La TV que ahora nos vende el paraíso de la narco diversión y violencia, pomposamente llamadas series, las que con más sangre han dejado de ser telenovelas, por donde la violencia se desboca en imágenes en HD.
Incluso, hasta las buenas propuestas literarias, televisivas y cinematográficas hacen culto a este fenómeno justificando compromisos estéticos más que éticos para contar la historia que nos ha tocado vivir.
Estoy hasta la madre del narco y sus manifestaciones colaterales a través de diversas expresiones estéticas: las librerías están llenas de libros exitosos sobre personajes asesinos de nuestro medio oeste nacional; prendo la tele, pagada o la abierta, y es un excusado lleno de cadáveres podridos festejado por todos; salgo a la calle y me encuentro cuerpos colgados de puentes que se mueven como palmeras embriagadas de infierno; y nuestros jefes políticos, gobiernos, reflejo de nosotros, sentados, esperando el transcurso de los meses y los días mientras hinchan sus bolsas de dinero con nuestra permisividad y tolerancia.
Pero más allá de lamentarnos hay que comenzar por construir ciudadanía en nuestro entorno. La lucha contra la corrupción debe comenzar por nuestra casa, la calle, la colonia, el barrio, el grupo social, el partido político y, claro, el gobierno.
Cambiar de verdad las prácticas de gobierno, no sólo de color de partido, y cambiar las prácticas de la ciudadanía. No sólo hay que ver la viga en el ojo ajeno. Claro, hay mayor responsabilidad en unos que otros. El que la haga que la pague. Basta de impunidad para los poderosos.
Este cambio requiere compromiso de la gente de bien. Pero nadie escapa sin mácula de aquí, incluso los puros, los limpios, con su omisión hemos dejado que la sangre corra al río , por las calles. Las balaceras en las colonias son anestésicos para el conformismo de que nada podemos cambiar como si este fuera un destino divino trazado por un Dios malo, despiadado, sin corazón.
Pero ha llegado la hora en que la sociedad hastiada salte a las calles y exija su derecho a vivir en paz y a las autoridades, a las que les pagamos para gobernar, nos brinden seguridad para nosotros y los otros de bien.
Días antes de lo de Taxco, un grupo de desplazados y periodistas fue atacado en la Sierra por la poderosa jauría, por un instinto de manada, el grupo salió ileso. Este fue el adelanto de lo que vendría: los hechos lamentables de Taxco.
Esto no puede seguir así o no habrá ya tiempo para contarlo.