Signos ominosos/Federico Berrueto
El perdón para Peña Nieto
La corrupción ha frenado el desarrollo de México: como colonia, la Nueva España heredó de la Madre Patria y de las culturas prehispánicas ese mal, que como nación independiente se exacerbó.
No es nada nuevo. Se llega al poder, a la función pública para enriquecerse, quizá con las excepciones de los gobiernos encabezados por Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero y Benito Juárez. Los demás, incluyendo a Lázaro Cárdenas, se enriquecieron, junto con sus colaboradores y familiares a costa de la pobreza de la mayoría de los mexicanos. Algunos, como Adolfo Ruiz Cortines y Adolfo López Mateos, fueron “más o menos” honestos, pero no sus colaboradores. Otros, como Miguel Alemán y Carlos Salinas de Gortari hicieron de la corrupción la exaltación extrema de sus afectos y pasiones.
México, con un territorio con abundancia de oro, plata, petróleo y etcétera suficiente para fundamentar su riqueza. Con tierras fértiles y praderas; ríos y climas propicios para la agricultura y la ganadería en la mayoría de sus estados, como para ser autosuficiente y exportar productos vegetales y cárnicos.
México, con una factibilidad manifiesta para su industrialización; con litorales con abundancia de especies marinas; con lugares de ensueño como para hacer del turismo su principal fuente de riqueza.
México, con todo anterior, tiene más del cuarenta por ciento de su población debatiéndose en una injusta pobreza extrema.
México es víctima de la delincuencia organizada que ha dado muerte a miles de mexicanos, inseguridad que es producto de la corrupción. No inventamos el hilo negro, todos lo sabemos. Lo supieron los neos españoles durante la colonia, los mexicanos del decimonónico, los del siglo XX y los del incipiente tercer milenio, que la corrupción es el cáncer que da muerte al progreso nacional.
Por eso aplaudimos la creación del Sistema Nacional Anticorrupción. Por eso concedemos el perdón a Enrique Peña Nieto, que si no pecó de corrupto sí de omisión en el asunto vergonzoso de la Casa Blanca adquirida por su esposa, Angélica Rivera, en los vericuetos del tráfico de influencia y que hace dos años devolvió a la constructora HIGA, empresa favorecida por el actual presidente desde que era gobernador del Estado de México.
Vemos, pues, una luz al final del túnel.
Y si Enrique Peña Nieto conduce al país por el camino de la honestidad y la justicia social, este país se salvará.
Ojalá no sea un sueño.